Ya con el título
voy ganando tu interés, en algún momento
de nuestra historia de la civilización, la
palabra seducción tenia connotaciones religiosas, al significado que conocemos de
“cautivar”, “encantar” se le agregaba la connotación de(l) “pecar”, de “coquetear con lo prohibido”, de allí su
heredada reputación de misterioso, por ser un tema que genera fascinación y
también algo de intriga a lo desconocido; es que el
tema en cuestión ha sido y es un asunto de interés universal y unisex; si
unisex; es oportuno derribar ese mito de que cuando se trata de poder el asunto
es claramente masculino y si se trata de seducción el territorio es femenino,
ambos en la historia del mundo social, han querido desentrañar, ese no sé qué,
esa magia, ese carisma que acompaña a quien se sabe y/o le dicen tienes el
poder de la seducción.
Para unos cuantos
que no son pocos, hablar de seducción, es hablar de engaño, lo asocian a
manipulación con la clara intención de obtener algo que luego de satisfecho,
pierde interés. Dejando un sentimiento de rabia por no haber sabido parar,
detener y/o reconocer el juego y a la final caer embaucado.
Estas líneas
quieren una historia diferente, basada en investigaciones de larga data, nada
novedosas, cada vez con descubrimientos contundentes y enriquecedores que hacen
que sigamos curiosos del seguir queriendo desentrañar la compleja naturaleza
humana, quien es objeto de la filosofía, teología, sociología, psicología, respondiéndonos
sobre el cómo estamos hechos, para confiar en quienes podemos ser; la tarea es
una y puede acompañarnos todo el resto de nuestra vida: el atrevernos a
descubrir la complejidad de la humanidad, desde los recursos que nos ofrecen
cada una de nuestras inteligencias, la del pensar, el sentir y el hacer, logrando
en ese íntimo y privado reconocimiento el ejercicio seductor de mi
individualidad, haciéndonos sensiblemente sociales, y hasta universales.
Es que cuando nos
descubrimos, nos reconocemos en la piel de nuestra naturaleza humana, es una
configuración particular que nos hace únicos, reconociendo que danzamos en unos
movimientos básicos, tan básico como el balancearse en el regazo de mamá, desde
allí aprendemos con la calidez del amor alejarnos del dolor y acercarnos al
placer, y así moviéndonos, sin pensar, sintiendo y actuando en modo automático vamos
configurando nuestro perfil de energía, ese que hace vibrar nuestro cuerpo, y
donde reside el poder de la seducción: llamado deseo, y es una energía cálida, que
proviene del amor, que nos hace estallar emocionados, sin saber por qué, que hace que abramos puertas, construyamos puentes, derribemos obstáculos,
consigamos sentido allá donde otros se encuentran perdidos, confundidos hasta
que se dejan arrullar cautivados por la calidez del amor y fluyan, liberándose
de esos condicionamientos que vienen de nuestros pensamientos, es por ello
vital, que nos preguntemos ¿qué me mueve?, ¿Qué deseo?, por algo el autor Robert Greene, en su
betseller las 48 leyes del poder, define que el poder de la seducción es el
medio de satisfacer la insaciable necesidad de placer que es inherente a cada
ser humano; y se aventura a darnos estrategias casi maquiavélicas para
optar por el objeto del deseo.
Mi propuesta es
otra, es que seas tú el deseo, que
te rindas al poder de tu seducción, comienza con las inmensas ganas de
honrarte, como una maravillosa creación de esa inteligencia universal que
reitera mas jamás repite formas iguales,
sigue con la exploración de tu comportamiento,
por ejemplo: acepta tu olor, sé honesto con tus
sentimientos, lúcido con tu pensamiento, ejercitate primero
contigo y luego con tu entorno, la idea de ser tu deseo es liderar tu propia
vida. Eso los grandes líderes del mercadeo ya lo saben, ya lo descubrieron, lo viven
y ahora te toca a ti descubrirlo, bienvenido al Módulo 7 de Neuromarketing, te
espero para que juntos abramos y cerremos gavetas; exploremos, descubramos las
reacciones cuando vemos un comercial y quizás apuntar un poco más allá.
Articulo elaborado por Anais Marrero
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